martes, 20 de marzo de 2018

¡Perder un amigo!




Por John Sajje

Una escena de la Comuna de París. A finales de mayo de 1871, derrotados los comuneros por los ejércitos de Versalles y de Bismarck, bajaba de Montmartre una recua de presos camino de la cárcel o el exilio. Un general a caballo apareció y dio la orden de separar de la fila a los que tenían el pelo gris. El sargento confundido pidió explicaciones. Pero el general le gritó y el oficial obedeció amedrentado. A empujones, los soldados del general llevaron hasta un muro a los escogidos y allí mismo fueron fusilados. El sargento, escandalizado, volvió a preguntar y el general le contestó altanero: ¡No has entendido nada! Estos que tienen el pelo gris ya eran adultos cuando la revolución de 1848. Si ahora han vuelto a levantarse, ¡es que estos son los verdaderamente peligrosos!

¡He perdido a un amigo! Se me ha quebrado la voz, mirando a los ojos de su hija- la razón de su orgullo- Mirándolos desde la razón de la memoria. Como cuando aún era posible tener buenos amigos. No he podido ser indiferente a  su dolor; sabiendo que era distinto. Ambos hemos perdido desde diferentes orillas. Y me he roto porque me faltó valor para decirle cuánto le respetaba. Aunque a mi favor está que él lo intuía.

Quizás se me pasó el tiempo buscando adjetivos para expresar lo que simplemente fue falta de humildad para asumir la incapacidad de entender, que la amistad aún es posible y no tiene que ver con el dinero. ¡Cada uno da lo que tiene en el corazón!
Lo que vivimos fue un cuento garciamarquiano: - En un pueblo de políticos y levitadores, cocinados a 40 grados a la sombra- un hombre esperaba rigurosamente, siempre - como estación solitaria- a que pasara el tren de la amistad. Vagones ansiosos; generales y coroneles que llegaban  dispuestos a ser llenados de cuentos, de anécdotas, de fútbol o simplemente de palabras de colores que construían relatos que los sacaban de la rutina. Un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico.

Pienso, en mi nostalgia, si hoy, en aquel lugar, le pediría a María una copita de helado o un tinto. Fuera lo que fuera igual lo iba a acompañar con un cigarrillo. Igual en su corazón siempre era primavera, porque le creció el corazón con sus amigos y sabía ver por donde despuntaba el sol. Lo cierto es que me brindaría una ironía, o un chiste recordando a su hermano, o me abrazaría con una larga sonrisa, así como agradecen los valientes.
¡Cómo me hubiera gustado beberme todas esas lágrimas vertidas por los suyos para que nunca se aparte de mi memoria! por fortuna su hija me entregó aquel recordatorio de la virgen del Carmen, su patrona, para que jamás lo olvidara.


Cuando, con todos sus amigos, estábamos allí, me sentí orgulloso de saber que hice mi parte en esa historia; entendí, entonces, que  yo soy, como nos decía Lorca, un fragmento de la mañana. Era imposible no conmocionarse. Él era como Capitán Coraje en un mundo solitario. Su ligero parecido marquiano le daba un carisma especial a su realismo mágico. Todas sus luchas las reivindicaba para la memoria de la risa. Llevaba con mucho orgullo su apellido y las razones éticas de su abuelo. Mentiría si no dijera que personajes como él podían reinventar  la humildad que desplegó un carpintero honesto a principio de nuestros tiempos. Le importaban “un culo” esos cortesanos sin alma que no eran dignos de su Dorada. Era un amigo diferente. Por eso en su ausencia el dolor es diferente.


Estamos tristes. Yo estoy triste. Álvaro  era un amigo. Y su alegría, su fuerza, su compromiso, su sosiego y su sentido común, nos acompañan mitigando algo la tristeza porque ya no va a estar con nosotros. Que  el Real Dorada, una mujer negra, el sol y el humo - de su único vicio reconocido- lo mezan para siempre. Y nosotros, que tenemos que volver  a asumir  que estamos un poquito más solos, hagamos todo lo posible por no olvidar que gentes como Álvaro Luna podían hacer posible lo imposible.

¡¿Cómo es que te mueres Álvaro cuando tenías más ganas de vivir?! y tan lejos hermano…tan lejos! ¡Siempre es que es que los amigos de pelo gris son los verdaderamente peligrosos para la emocionalidad!




A propósito... ¿Has sentido la impotencia de saber que llegas y ya no hay quién te espere en la estación de la vida?