Por John Sajje
Una escena de la Comuna
de París. A finales de mayo de 1871, derrotados los comuneros por los ejércitos
de Versalles y de Bismarck, bajaba de Montmartre una recua de presos camino de
la cárcel o el exilio. Un general a caballo apareció y dio la orden de separar
de la fila a los que tenían el pelo gris. El sargento confundido pidió
explicaciones. Pero el general le gritó y el oficial obedeció amedrentado. A
empujones, los soldados del general llevaron hasta un muro a los escogidos y
allí mismo fueron fusilados. El sargento, escandalizado, volvió a preguntar y
el general le contestó altanero: ¡No has entendido nada! Estos que tienen el
pelo gris ya eran adultos cuando la revolución de 1848. Si ahora han vuelto a levantarse,
¡es que estos son los verdaderamente peligrosos!
¡He perdido a un amigo!
Se me ha quebrado la voz, mirando a los ojos de su hija- la razón de su
orgullo- Mirándolos desde la razón de la memoria. Como cuando aún era posible
tener buenos amigos. No he podido ser indiferente a su dolor; sabiendo que era distinto. Ambos
hemos perdido desde diferentes orillas. Y me he roto porque me faltó valor para
decirle cuánto le respetaba. Aunque a mi favor está que él lo intuía.
Quizás se me pasó el
tiempo buscando adjetivos para expresar lo que simplemente fue falta de
humildad para asumir la incapacidad de entender, que la amistad aún es posible
y no tiene que ver con el dinero. ¡Cada
uno da lo que tiene en el corazón!
Lo que vivimos fue un
cuento garciamarquiano: - En un pueblo de políticos y levitadores, cocinados a
40 grados a la sombra- un hombre esperaba rigurosamente, siempre - como
estación solitaria- a que pasara el tren de la amistad. Vagones ansiosos; generales y coroneles que llegaban dispuestos a ser llenados de cuentos, de
anécdotas, de fútbol o simplemente de palabras de colores que construían
relatos que los sacaban de la rutina. Un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece
fantástico.
Pienso, en mi nostalgia,
si hoy, en aquel lugar, le pediría a María una copita de helado o un tinto.
Fuera lo que fuera igual lo iba a acompañar con un cigarrillo. Igual en su corazón
siempre era primavera, porque le creció el corazón con sus amigos y sabía ver
por donde despuntaba el sol. Lo cierto es que me brindaría una ironía, o un
chiste recordando a su hermano, o me abrazaría con una larga sonrisa, así como
agradecen los valientes.
¡Cómo me hubiera
gustado beberme todas esas lágrimas vertidas por los suyos para que nunca se
aparte de mi memoria! por fortuna su hija me entregó aquel recordatorio de la
virgen del Carmen, su patrona, para que jamás lo olvidara.
Cuando, con todos sus
amigos, estábamos allí, me sentí orgulloso de saber que hice mi parte en esa
historia; entendí, entonces, que yo soy,
como nos decía Lorca, un fragmento de la mañana. Era imposible no conmocionarse.
Él era como Capitán Coraje en un mundo solitario. Su ligero parecido marquiano
le daba un carisma especial a su realismo mágico. Todas
sus luchas las reivindicaba para la memoria de la risa. Llevaba con mucho
orgullo su apellido y las razones éticas de su abuelo. Mentiría si no dijera que personajes
como él podían reinventar la humildad que
desplegó un carpintero honesto a principio de nuestros tiempos. Le importaban
“un culo” esos cortesanos sin alma que no eran dignos de su Dorada. Era un
amigo diferente. Por eso en su ausencia el dolor es diferente.
Estamos tristes. Yo
estoy triste. Álvaro era un amigo. Y su
alegría, su fuerza, su compromiso, su sosiego y su sentido común, nos acompañan
mitigando algo la tristeza porque ya no va a estar con nosotros. Que el Real Dorada, una mujer negra, el sol
y el humo - de su único vicio reconocido- lo mezan para siempre. Y nosotros,
que tenemos que volver a asumir que estamos un poquito más solos,
hagamos todo lo posible por no olvidar que gentes como Álvaro Luna podían hacer
posible lo imposible.
¡¿Cómo es que te mueres
Álvaro cuando tenías más ganas de vivir?! y tan lejos hermano…tan lejos! ¡Siempre
es que es que los amigos de pelo gris son los verdaderamente peligrosos para la
emocionalidad!
A propósito... ¿Has
sentido la impotencia de saber que llegas y ya no hay quién te espere en la
estación de la vida?