Por John Sajje
Para los cristianos, la cruz de madera en la que fue crucificado Cristo
posee un especial poder mágico. Tocar la madera de la cruz era antaño un
símbolo de protección frente a todo tipo de males. Pero la historia viene de
antes. El roble ha sido considerado un árbol sagrado por muchas culturas. Existía
en la antigüedad, la creencia que en él
moraba el genio del fuego y la vitalidad, y tocarlo concedía éxito a sus
devotos. Este, un árbol apetecido por los rayos durante las tormentas hizo
pensar a los antiguos que canalizaba las fuerzas y energías naturales y llevó a
generar la costumbre del “toco madera”. Superstición que, si usted no lo sabe,
incluye una condición y es que la madera que se toca no puede tener patas (nada
de mesas o sillas) y la madera debe tener su base en la misma tierra.
Cada cuatro años
escucho la misma milonga en torno a los políticos. Cada cuatro años riadas de
tamales, mercados y cuanto estómago soporta un proceso electoral termina en
caravana de la victoria y en adormecimiento de directorios. ¡Tras los vende
humo!
Y es que la democracia es una ilusión, más que un cambalache. Los
representantes no representan a los representados, los usufructúan. La abstención
es una afrenta de indiferencia al derecho al voto. El monopolio de los medios
de comunicación es el contubernio de “los cacaos” a la opinión pública. El clientelismo
y la corrupción estatal es una
responsabilidad de electores. La falta de transparencia en los actos públicos,
es igual al fango del Guavio, Foncolpuertos, la Dirección Nacional de
Estupefacientes (DNE), Interbolsa, Carrusel de la contratación en Bogotá, Orbitel;
Saludcoop, Fidupetrol, Reficar u Odebrecht.
El sistema electoral desde que “el que escruta gana”, la convierte en un medio de contención y administración de la corrupción. La participación ciudadana es un mendrugo que cae de la mesa. La política es una empresa. El diálogo es un monopolio de titulares. El voto un derecho sin dolientes, porque hasta el elector abusa de ese derecho al canjearlo por el tamal.
¡Es lo que
tenemos! Debemos aceptar que un tamal es carente de cualquier racionalidad
cuando no existe empleo. Que los falsos positivos resultaron necesarios para
encontrar a los objetivos, en aras de la siniestra racionalidad del poder
omnímodo. Los partidos se hicieron sectas, para ejercer la política homicida
del programa de los “Chicago boys”. Amenazas veladas y advertencias sobre
“enemigos Castrochavistas” es un
programa para aterrorizar la democracia. El miedo es la implementación de
los fantasmas y las tensiones de la Guerra como fuerza disciplinante.
Cuando
empezamos a sentir que es necesario ampliar un conjunto de actores políticos y
sociales, y falta un proyecto social y económico que movilice a las clases
populares; entendemos por qué el fundamento de la democracia es el supremo
respeto por la dignidad humana.
Pero, usted
oirá sobre cómo se denuncia con vehemencia sin dar soluciones para ser el ¡Dr.
NO! Jamás se sonrojará cuando alguien con ojos desorbitados pida que se divida un
departamento en blancos e indígenas. Elogiará el cómo debemos regresar a la
guerra con aire mesiánico. Repetirá hasta el cansancio “quien no está conmigo,
está contra mí” y es un terrorista. Celebrará cualquier coscorrón como
una travesura de niño mimado en una
visita de la mamá. Sentirá que la economía crece a través de la precarización
del empleo estatal o la venta de Orbitel. Lanzará ¡vivas! al doble discurso que combina
mensajes “liberales” y “progresistas” con amenazas veladas y advertencias sobre
“enemigos” e “imprudencias”, como herramientas electorales. Verá narcos
blanqueados y terroristas amansados. Se sorprenderá si le hacen “Chivo Los
tamales” Y asistirá a exabruptos como gastar 40 mil millones de pesos en 747.521
votos, simplemente porque dos patricios del partido liberal no tuvieron la
grandeza de ponerse de acuerdo para que uno de los dos fuera candidato a la
presidencia de Colombia.
Pero no todo
es dolor. Lo mejor es que nos costó 40 mil millones conocer un proceso sin
tamal y sin mercados. ¿Se colige, entonces, que la baja participación es producto de la
desafección política? No, más bien no sabemos aquello dónde reside la soberanía
popular e incluso somos tan sublimemente ilusos que gustamos de buscar en los políticos,
los chivos expiatorios de nuestros males electorales. Cuando ellos son los que
se apoltronan con los votos (mayoritarios) de millones que gustan comer tamal
el día de las elecciones; de los miles (pero no suficientes) que son votos de
opinión que saben que pierden con su candidato, pero aun así se arriesgan a ganar.
¿Qué decir de los doblemente ilusos del voto en blanco o de los que anulan su
voto? Como si a los políticos les importara esa estadística. ¡No! ellos son
felices elegidos por minorías. Eso se parece al animalista que condena un
perrito a vivir en 60 metros cuadrados de cemento o usa zapatos de cuero.
Próximamente,
irritados, humillados, ninguneados, indignados y menospreciados e incluso sin
sonrojo alguno, acudiremos, sin falta, por nuestro tamal. Porque el tamal conserva los
principios de transparencia, economía y responsabilidad que contemplan la
Constitución y el Estatuto Contractual y si es de tres carnes mejor.
A propósito. ¿Usted es de los que se tamalea
fácil, o toca madera?
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