Por: John Sajje
Un siete (7) de agosto de 1956, Cali se estremeció
con una explosión que provocó un temblor
de 4.3 grados en la escala de Richter. ¡El caos reinó! En las 42 manzanas
destruidas, cuatro mil personas volaron en átomos, 12 mil quedaron heridas.
1053 cajas que contenían 42 toneladas de dinamita, que eran transportadas en
seis camiones escoltados por militares, para la construcción de carreteras de
Cundinamarca y provenientes Buenaventura, dejaron un cráter de 50 metros por 25
de profundidad. La verdad material, como todo en este país, se desconoce, y
nunca será desclasificada, para exclamar con Bécquer: ¡Dios mío, qué solos se
quedan los muertos!
La historia, como todas las que implican olvidar sus
muertos, sería irrelevante, sino fuera porque el país, para entonces, estaba
igual de polarizado como ahora. Todos, como ahora, se habían unido contra Rojas
Pinilla y este acusó de la explosión a la oposición, que había celebrado el
pacto de Benidorm; esa nefasta repartija del poder o del presupuesto de las élites
liberales y conservadoras, origen de la corrupción que galopa sobre las cabezas
indiferentes de quienes olvidan su historia o hacen del Ubérrimo el paraíso de
los vencedores. Es posible que se recuerde en algún lado aquello de “¡Mueran los
filisteos conmigo!” como gritara Sansón el primer suicida de la historia. Pero
muy seguramente quienes coalicionaron, apenas el buque haga aguas, ¡se tirarán
primero! Ninguno morirá con él.
No duele pensar que el Frente Nacional dejó un cráter
de más der 50 años de miseria por 25 de
futuro mancillado; porque no fuimos capaces de escoltar la verdad y asesinamos
a Gaitán por ella, a Galán por ello; a cientos de miles de líderes sociales por
ello; sumimos a cientos de miles de mujeres a parir pobreza por ello; a otros
ciento de miles les despojamos de sus tierras por ello; más los que envenenamos
en nombre del patrioterismo. Todo eso lo hicimos para posibilitar que ellos,
unos pocos, se frotaran las manos haciendo méritos para que les fuera conferida
la cruz de Boyacá y los convirtiéramos en Senadores o representantes. Para
entonces los negros ya estaban tugurizados o embutidos en casas de pique, los
indígenas en las calles estirando la mano y las más poniéndose tetas para complacer
a los ellos. Pensar que para tratar de romper ese frente se tuvo que constituir
la ANAPO, una especie de POLO de ese tiempo pero sin tantos egos alborotados ni
odios enquistados. No duele pensar que se hizo un país para los obedientes,
sumisos, memoriosos y mercachifles que sirvieran de pretexto a los azucenajes.
Este siete de agosto de 2018 en medio de un temblor en la
escala judicial de un partido, medio país hará todo lo posible para que la otra
mitad siga olvidando sus muertos, con la desesperanza de que “Guacho” es
demasiado-poco para ser responsabilizado de todo los males del país. Odebreth
demasiado-demasiado para seguir esculcando las pirañas lobistas. Petro
demasiado-susto para seguirlo recordando. Fajardo demasiado-ingenuo por haber dilapidado
su demasiado-Google, como para volverlo a buscar. Antanas demasiado- honesto
como para gravarle el trasero ante lo rentable que le ha salido. La Paloma
demasiado-loca como para refundar al Cauca e incluso EPM demasiado-desviado
como para responsabilizarla de daño ecológico. Eso indica que seguimos siendo
demasiados con síndrome de minoría.
Este siete de agosto se asumirá una presidencia sin esa
hipoteca gratis que suelen dar a los gobernantes, los ciudadanos, cuando
empiezan un periodo, mientras se acomoda; porque entre otras, diez (10)
millones de personas deberán justificar el por qué decidieron que se perdieran
las ideologías, los principios institucionales y los partidos. Serán diez
millones de compromisarios que comprometidos y responsabilizados no podrán
quejarse y deberán mantener un gobierno de escaparate donde la desigualdad debe
ser erradicada o escondida y el mentor salvado.
Este siete de agosto la mitad de un país polarizado sabrá
si deja morir en una explosión judicial la oportunidad de generar un temblor político que le ayude a cesar la
horrible noche y reconocer que alguien se va porque lo echan. Mientras otro
medio país seguirá olvidando sus muertos, su historia y su razón de futuro.
Este siete de agosto, ocho (8) millones de personas
quieren que se cristalice un proyecto de
Nación que transite desde la impugnación de una cultura social y política de la
competición y el individualismo a la construcción de un futuro de cooperación y
construcción comunitaria. De lo contario seguirá imperando la conspiración del
cansancio, la paranoia y la desmemoria.
Este 7 de agosto, como fiesta no debe pasar
desapercibida. Es innegable que en la actualidad la figura del héroe
tradicional es considerada ridícula y trasnochada, ya no hay quijotes, ni Romeos,
tampoco poetas. ¡Es cursi! Los héroes de hoy son adornados con armas y
características de perversidad e incluso otras formas de conductas marginales y
magnicidas que se hacen mito; el hecho es que justifiquen con habilidad y en
nombre de algo o alguien el motivo de su proceder. El resto será una izada de
bandera, para que ¡no lo olviden!
El siete de agosto es un ayer y hoy perdido en hechos
paralelos. Hoy es boleta llamarse Pascasio. Ayer Bolívar no sería acusado de
reclutar menores. Hoy es refundar la patria. Ayer era reconquistar la patria. Ayer
era realista. Hoy es compatriota. Ayer era el virrey. Hoy el ex. Ayer era la
derecha en el Pantano de Vargas. Hoy la izquierda empantanada. Ayer Rondón con
14 jinetes. Hoy algo más que 12 apóstoles. Ayer no había muerto malo. Hoy
existen buenos muertos.
Alguna vez Galeano definía un fanático de futbol y cual
fuera mi estupor al pensar que no era de futbol. Para mí era la descripción de un integrante
político que este 7 de agosto va al capitolio de frac acompañando lo suyo: “El
fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha
terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la
deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre
alborotadas por la furia sin tregua En estado de epilepsia mira el partido,
pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola
existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El
Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable,
merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el
enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado,
que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente,
y entonces tendrá su merecido”
Son muchos los temblores judiciales y explosivas noticias
políticas por esta época, a propósito ¿usted no ha sentido un leve temblor
parkinsoniano de enfrentar con miedo, un futuro que no sabe con qué verdad
eligió?
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