Por John Sajje
No fue sino leer: “El dinero que usted logra conseguir
con sus argumentos y quitado a la iglesia y que pasará a sus bolsillos sea para
usted y su familia causa maldita de su ruina”
Fue con aquella misiva de rayos y centellas, que los
cimentos de la gran catedral se estremecieron…
El grito ¡maldito!, prodigó
tal espanto, que las palomas en su sonoro aletear se hicieron cuervos Poeianos…
retumbaba como la Voz del padre Arana - citado por el padre Febo- en su
panegírico más escabroso, cuando desde el púlpito, aupado por su voz y el arte
adivinatorio de la bruja de la aldea, busca entre su feligresía un asesino.
Un trémulo amante que se entrega antes
de que la maldición del cura, caiga sobre toda su estirpe, como bien le pasara
al buenazo del José Arcadio Buendía.
¿Era ficción?… ¡Era de no creer! … Era la voz de
Torquemada levantándose de su tumba para reivindicar siglos de fe… era la pluma
del sacerdote, imitando a los copistas medievales, al escribir con letras de
sangre el nombre del abogado aquel que, en un afán periodístico confundieron
con la leyenda extraterrestre de Elías de Tesbe “…he aquí que apareció ante ellos un
carro de fuego con caballos de fuego…y Elías subió al cielo en un torbellino” cual
ovni u ómnibus celestial.-como para no perder el humor-
Pero el destino no contento ahí, hizo que fuera también,
un magistrado de apellido, paradójicamente, Cruz, blanco de una cruzada maldita.
El imperativo categórico, es que el togado fue compulsado para que ante el tribunal
supremo confiese: “Yo condené a su esposa llamada santa en el Credo eclesial,
como delincuente por el delito de un bautizado”
Al leer la primera carta - la enviada al abogado - la
bautizada que estaba a mi lado- la cual no puede comulgar porque es divorciada-
me dijo: Imagino a un sacerdote de sotana negra. Escribiendo con una pluma con
sangre, en vez de tinta… Una habitación
pintada de hollín, oscura, húmeda. Una vela a medio consumir…” - solo le falta la calavera –pensé.
La segunda carta, fue para mí una vuelta de tuerca a
la memoria. El signo lo encontré en la página
del Libro de los Abrazos de Eduardo Galeano:
“Fue en un colegio de curas, en Sevilla.
Un niño de nueve años, o diez, estaba confesando sus pecados por vez primera.
El niño confesó que había robado caramelos, o que había mentido a la mamá, o
que había copiado al vecino de pupitre, o quizá confesó que se había masturbado
pensando en la prima. Entonces, desde la oscuridad del confesionario emergió la
mano del cura, que blandía una cruz de bronce. El cura obligó al niño a besar a
Jesús crucificado, y mientras le golpeaba la boca con la cruz, le decía:
- Tú lo mataste, tú lo mataste…
Julio Vélez era aquel niño andaluz
arrodillado. Han pasado muchos años. Él nunca pudo arrancarse eso de la
memoria”.
Entonces pensé: ¡¿cuántos crímenes se deben mantener
en el silencio de un dogma, por honor a la fe?! ¡Y digo, que la impunidad no
puede ser el ejercicio más extremo e
irresponsable, con el cual se manipula la fe en detrimento del dolor ajeno!
Y digo, que ¡el dogma no puede ser una trinchera para
soslayar la dignidad humana, apelando a disquisiciones espirituales, de seres
con voluntad que saben obligarse! Y digo, que ¡debe existir prevalencia del ser sobre el tener o el haber!
¡Y digo, el derecho y la moral no son incompatibles! Y digo, que el pecado de la carne, es para todo aquel
que tenga carne y un amor visceral por ella. Y también digo, que no veo en esas
cartas un asomo de piedad por un joven acolito que vio manoseada su honra y
lapidado doblemente su cuerpo, por un ser que perteneciendo a una comunidad, no supo mantener sus votos por
encima de sus ganas! Y digo, que amo a un Jesús pobre multiplicando panes y no
tratando de burlar unos denarios, aunque
esto indique pasar por encima de la ley, sin aceptar que tuvo una oveja
descarriada, como puede pasar y está pasando en la justicia misma. Y digo, que
eximir de culpa a un violador que representa a una comunidad religiosa, constituye una discriminación
contra otras formas de moralidad religiosa, que diversas a la cristiana, deben
ser conformes con la Constitución y la ley.
Tampoco puedo comulgar, ¡soy un divorciado! ¡Y digo,
que no me ufano!.. Pero duele que en mi iglesia, estén pasando estas cosas.
A propósito: ¿Lo han maldecido alguna vez?
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