Por John Sajje
Si algo defienden los estadounidenses
es el honor. Si ese honor está asociado a lo militar tiene una doble connotación,
razón para que sea una afrenta a la gloria americana recordar a James Wilkinson, el peor general de la
historia de Estados Unidos. “El personaje más despreciable” en toda la historia
americana, según Theodore Roosevelt.
El personajillo tuvo la osadía, durante la Guerra de Independencia de
Estados Unidos, de conspirar contra Washington y más tarde trató de crear un
país independiente con algunos estados. Se libró delatando a sus compinches.
Siendo general en el ejército, espió para España en contra de su país.
Su nombre en clave era Agente 13 y llegó a jurar lealtad al rey español. En una
época se encargó de la intendencia en el ejército de Estados Unidos y algunas
auditorías posteriores indicaron que empleó el cargo para desviar fondos a sus
bolsillos.
No era un gran estratega en el campo de batalla. Durante la invasión de
Canadá en 1812, su tropa, formada por cuatro mil hombres, fue derrotada por
menos de doscientos soldados canadienses. Por lo tanto, era malo dentro y fuera
del campo de batalla, pero su capacidad para la intriga, las cloacas y la
corrupción le permitió subir rangos y mantener su posición dentro del ejército
como general. Sufrió juicios marciales, investigaciones del congreso y
comisiones de investigación, pero salió airoso siempre.
El filósofo italiano Antonio Francesco Gramsci explicaba que la corrupción es una forma de
gobierno y que como toda forma de gobierno, también se basa en integrar al
subalterno. Con su poder, teje una red de intereses de arriba a abajo, donde el
cacique no aparece como un ladrón, sino como un benefactor. Ello denota la maldad y la perfidia de los
dirigentes, que no solo minan la confianza en su gestión, sino que la siguen
lastrando, apareciendo como regeneradores morales de la patria y por ende
bloqueando la posibilidad de la aparición de cualquier fuerza alternativa.
En los últimos cuatro años, los corruptos se han alzado con 13 billones
de pesos. El expolio de la riqueza social a favor de la fracción más alta de la
élite, está generada por los diversos estamentos que obrando desde la sociedad
civil se hacen sibilinos cómplices. La
corrupción es tan aberrante, que la invisibilidad del delito se instala de tal
manera en nuestro sentido común, que forma parte de nosotros, termina
justificado y casi como un resorte permanente, se convierte en el paisaje
bucólico de nuestras impotencias.
Es una verdad de a puño: para que la democracia sea legítima, necesariamente
necesita de la participación política, que es la posibilidad que tienen los
ciudadanos de incidir en el curso de los acontecimientos políticos. Existe una
camada de testaferros que burlan, desprecian y ofenden. Lo más grave es que sus
ventrílocuos, reciben el respaldo de la nación para que se garanticen, al
menos, los cinco elementos fundamentales
de la democracia:
- Canales de acceso a las principales posiciones del Estado, el ejercicio del poder estatal y el proceso de toma de decisiones públicas.
- El monopolio del uso efectivo y legítimo de la fuerza; la capacidad para impartir justicia de modo efectivo y definitivo; normar las conductas de los individuos y organizaciones; procurarse los medios necesarios para el cumplimiento de sus fines, y ejecutar las políticas decididas.
- Independencia de los poderes y un sistema legal que es democrático en tres sentidos: protege las libertades políticas y las garantías de la democracia política, protege los derechos civiles del conjunto de la población y establece redes de responsabilidad y rendición de cuentas.
- Las relaciones poder, entre el Estado y los ciudadanos, los ciudadanos entre sí y entre el Estado, las organizaciones y los ciudadanos, enmarcadas en el ejercicio de los derechos políticos, civiles y sociales.
- Las reglas y condiciones de competencia que buscan asegurar una elección libre entre candidatos y programas de gobierno. Ellos determinan el rango efectivo de opciones que posee el ciudadano para elegir.
Pero
esos políticos simulan buscar la condena, para garantizar la impunidad. ¿Por qué condecorar un médico,
un militar o un abogado, con argumentos de ayuda a garantizar la vida, honra y
libertad de los ciudadanos, si eso está dentro de la deontología de sus
profesiones? Ahí radica la acentuada debilidad de la democracia. Eso nos dice
que se está privatizando la política, potenciando cada vez más, con mayor
fuerza y con menores precauciones, el que la gestión de la vida común no la
realicen, ni siquiera los políticos –por muy insatisfactoriamente que sean
elegidos– sino agentes cada vez más directos de los grandes poderes económicos
y mediáticos. La disminución del papel de los legislativos, los lobbies
empresariales, las puertas giratorias, son aspectos bien conocidos. Son los
banqueros y empresarios de primera línea y sus correspondientes técnicos,
quienes no solo orientan la política económica, sino la corrupción. La elección
del Fiscal como personaje del año en Colombia, pone de manifiesto el poder en
cuerpo ajeno de Sarmiento Ángulo y su casa: El Tiempo, como detentadores de la
opinión pública. Muchos se rascan las vestiduras con Odebrecht, Reficar.
Telecom etc. Pero se les olvida la Chec, Isagen, Orbitel. La carretera veredal.
La bienestarina. El restaurante de los niños. Los uniformes deportivos. Los
semáforos. El juez que tuerce un derecho
de justicia. El cura que lanza panegíricos para agachar- más- la cerviz del
pobre. El reparcheo. El contrato con interventorías de bolsillo. El periodista
que vende humo por “la cuña” y el puesto
de la amante en la administración pública. En Colombia se han abierto 1.200
procesos penales, disciplinarios y de juicio fiscal en los que están
involucrados congresistas, banqueros, empresarios, sindicalistas, periodistas, ex
ministros y altos funcionarios del Estado.
La
corrupción es el humo blanco. La democracia, débil, imperfecta e insuficiente
como es, tiene en su monopolio ese “habemus corruptus” y pervive asfixiada por los poderes
económicos en aras de una muy hipotética eficacia que, además, favorece los
intereses más poderosos y deteriora la situación de los pobladores. La
dimensión de los desfalcos a la banca estatal es del monto de los 7,2 billones
de pesos en los últimos 10 años. En vano organizaciones y defensores de la
moral, el medio ambiente y la institucionalidad
intentan operar en una sociedad civil colonizada en el plano cultural y
que, como explicaba Franz Fannon, el colonialismo es algo que el colonizado
lleva en su interior.
La
corrupción campea en los estertores de la banalización y criminalización de
todos los servicios públicos. En la pérdida de renta y riqueza, tanto
monetaria, como en especie. Los elevados índices de desigualdad y pobreza, la
cacofonía de una corrupción política rampante. El inmenso robo que en vez
demandar una fuerte respuesta ciudadana y de sus representantes, como una
verdadera rebelión, ante las próximas elecciones; solo inclina la cabeza
esperando la puya del político envuelto en hojas de tamal. Ese desgreño
administrativo le cuesta al país, diariamente, 900 millones de pesos.
Genera
risa, ver a los políticos buscando firmas para cortar la corrupción o haciendo
firmar a funcionarios un estatuto contra la corrupción. Ese no es el camino. La
vía es obrar como ciudadanos en toda su concepción. Con rotundidad ética. Con
identidad nacional. La infección ya es irreversible, no se drena con firmas,
sino con ética. Porque la corrupción es el retrovirus más peligroso, que adopta
formas tan confusas, como las políticas.
La cultura de
la impunidad, se manifiesta en su carga
“comunista” hacia quien les investiga. Cada día se cierra más la puerta.
Se privatiza la realidad y nos mantenemos relativamente contentos, viendo futbol
y musicales, relajándonos en compañía o incluso simulando indignación cuando
vemos a Venezuela morir de pie y los más
corruptos nos gritan: ¡Ojo con el “castrochavismo”!
A propósito ¿le ha invitado algún Wilkinsoniano
político a que le preste su nombre para integrar alguna la veeduría ciudadana?
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