Quiero crear un
lugar, al cual, por supuesto, quiero buscarle un nombre- Un lugar especial para la soberbia- Un lugar sin
sombra.
Y contrario a
lo que se piensa, en ese lugar existirá una opción para la alegría. Pienso que
en ese terreno debe existir un aquí para reconocer con orgullo el fallar.
Serán
paradigmas, el fiscal que pierde el juicio del inocente que acusaba. El maestro
que se equivoca con el niño que será un gran ciudadano. El ingeniero que
reconoce la importancia de haber borrado ese centímetro que le sobraba a su
cálculo. El médico que erró el diagnóstico. El hombre que detuvo su mano en lo
alto para vengar aquella infidelidad. El sacerdote que salió de su
confesionario para ver aquel hombre impedido que había creado un milagro al arrodillarse
ante él-
Todos habían
valorado mal su razón de ser. Un lugar donde el equivocarse sea orgullo.
Porque creamos
un mundo ideal que debe marcar los ritmos de la perfección. Un mundo donde
sonroja equivocarse y es necesario esconder el sonrojo. Miedo a fallar. El
temor a fracasar. Porque la libertad, la ciudadanía, la creación, la familia,
la fe o la vida no pueden ser permeadas por la soberbia, la altanería, la altivez,
la arrogancia o la vanidad.
Un lugar que
puede ser visitado, por todos aquellos que sufrieron un día del síndrome del
profesional que mira a los demás por encima del hombro. Esos que se fundan en
el orgullo y temen al fracaso producto de una conducta inadecuada.
La misma opción
del que compra un funeral para no usarlo o un seguro de vida para no querer
cobrarlo. Un lugar donde haga catarsis lo distante y despreciativo propio de la
soberbia.
Un lugar donde
se pueda a contar a los médicos, por ejemplo, algo de la medicina nativa.
Y se cuente que
para los indios, las hierbas hablan, tienen sexo y curan. Son las plantitas, ayudadas
por la palabra humana, las que arrancan la enfermedad del cuerpo, revelan
misterios, enderezan destinos y provocan el amor o el olvido. Ellos que solo con eso lograron exorcizar
durante siglos las enfermedades y confiaron en la magia de las oraciones, los
conjuros y los talismanes más que en los jarabes, las purgas y las sangrías.
Esos chamanes que no jugaban al modelo o
el orgullo de ser Médico y que acumulaban en sus narigueras los olores a
humanidad.
Una canción de Antonio Flores termina:
Si pudiera olvidar
Aquel llanto que oí
Si pudiera lograr
Apartarlo de mí
No dudaría
No dudaría en volver a reír.
Aquel llanto que oí
Si pudiera lograr
Apartarlo de mí
No dudaría
No dudaría en volver a reír.
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